Jose Echeandia Merru-Urrutia, economista, es director de Administración de Metro Bilbao. También es miembro del Comité de Economía del Transporte de la Unión Internacional de Transporte Público (UITP) y de la Junta Directiva de la Plataforma Energética kV. En su artículo apuesta por la industrialización de la economía como herramienta para elevar, sostener y repartir un PIB per cápita que nos garantiza el bienestar. Consecuentemente, propone una política energética que permita a las empresas desarrollarse y crecer.
Voy a hablar sobre industrialización con el pudor que me produce el haber desarrollado la mayor parte de mi carrera profesional en el sector servicios, y además haberlo hecho desde el sector público, pero me atrevo a hacerlo porque creo que las ideas que voy a exponer no requieren mayor conocimiento que el que da un cierto seguimiento de los datos económicos de nuestro entorno.
El modo de vida europeo
Parto de una idea que quizás no todos compartáis conmigo: a mí me gusta lo que, plagiando la expresión estadounidense, podríamos llamar el ‘Modo de Vida Europeo’, y me refiero con esto al que se disfruta en las zonas desarrolladas de la Unión Europea.
Es un modo de vida en el cual hay unos altos estándares de educación, sanidad, seguridad, vivienda y trabajo. También un acceso generalizado tanto a la cultura cómo al ocio. Y todo ello en un régimen de respeto a las libertades individuales.
Alcanzar o mantener esta situación depende de diversos factores, políticos, sociales y económicos, aunque ahora me voy a concentrar únicamente en estos últimos.
Simplificando, podemos decir que el principal factor económico requerido es la necesidad de tener un alto PIB per cápita, sostenido en el tiempo y repartido entre la ciudadanía.
Con ello, la sociedad puede entrar en un circulo virtuoso económico que permita generar recursos suficientes para que el nivel de servicios y de consumo que demandan sus ciudadanos sea satisfecho.
Por supuesto que nada es permanente, el mundo es cambiante y la incertidumbre siempre está presente en nuestras vidas. Pero la experiencia histórica nos dice que una sociedad de este tipo tiene tanto una mayor resistencia cómo una mayor resilencia frente a las crisis que inevitablemente afrontará.
«A nivel económico, se requiere un alto PIB per cápita, sostenido en el tiempo y repartido entre la ciudadanía»
Relación entre PIB per cápita y grado de industrialización
Si analizamos las series de datos de PIB per cápita en las distintas regiones de Europa, y las comparamos con las series que recogen el grado de industrialización en esas mismas regiones, la correlación que se puede observar entre ellas resulta evidente.
Por otro lado, podemos analizar la evolución temporal del PIB per cápita en regiones que han sufrido fuertes cambios en su grado de industrialización, ya sea por haber sufrido fuertes crisis en su modelo o, al contrario, por haberse convertido en nuevos polos de desarrollo industrial, también aquí encontraremos una evidente correlación.
Se suele decir que la industria, por el empleo y la actividad que genera a su alrededor, provoca un efecto multiplicador sobre el PIB, de modo que incrementar el peso de la industria en el PIB significa un crecimiento del mismo, tanto en términos absolutos cómo per cápita.
Obviamente, también podemos encontrar altos PIB per cápita en regiones especializadas en el sector servicios, principalmente vinculados al turismo, aunque el reparto suele ser más desigual, o en regiones con una alta actividad de construcción, pero el sostenimiento es menos estable en el tiempo y el reparto es más desigual.
Quizás la única especialización regional que pueda competir con la industria en obtener un alto PIB per cápita, sostenido en el tiempo y con un alto grado de reparto, sea la de los servicios financieros.
La conclusión resulta clara, con las consabidas excepciones que tiene toda regla, principalmente vinculadas a los grandes hubs financieros, la mejor vía que tenemos para que el PIB per cápita una región alcance las características que requerimos es fomentar que en ella se alcance un elevado grado de industrialización.
Tristemente, no parece que vayamos por el buen camino. En 2018, último dato publicado, la industria generó el 16% del PIB español, lejos del objetivo, marcado por la Unión Europea en 2014, de alcanzar el 20% para el año 2020, y lo que es peor, lejos del 18,7% que suponía en el año 2000. Esta es una tendencia que es absolutamente necesario revertir.
Industrialización y energía
Parto de un axioma: la industria exitosa opera en un mundo competitivo.
La historia económica está llena de ejemplos que ilustran hacia donde nos lleva un modelo industrial proteccionista, y el paso del tiempo, con sus mejoras en comunicaciones y transporte, no hacen más que conducirnos hacia una competencia cada día más global.
Ante esta necesidad de competitividad, debemos estudiar los principales factores que la pueden condicionar: la productividad, con lo que conlleva de I+D, tecnología calidad de gestión y formación; la financiación, tanto en cuanto a la dotación de capital cómo al acceso al crédito; los principales costos, materias primas, personal y energía…
Son factores múltiples y complejos, pero aquí me voy a limitar al aspecto, tantas veces comentado, del coste de la energía cómo factor de competitividad en la industria. Y, más concretamente, al coste de la energía eléctrica, que es el campo que mejor conozco.
En la mayoría de los países de Europa el suministro eléctrico tiene una historia de monopolios u oligopolios, públicos o con un fortísimo intervencionismo público, que fijaba los precios con criterios dispares, en función de los intereses políticos o económicos del momento.
En las últimas décadas se ha avanzado mucho en la liberalización del sector, con la separación de actividades, la diferenciación de mercados regulados y no regulados y, en algunos casos, con la privatización de las empresas; pero todavía no hemos podido olvidar la cultura de utilizar la tarifa eléctrica como gran herramienta de recaudación para fines sólo indirectamente relacionados con el propio suministro.
«Es necesario que la tarifa eléctrica, en sus facetas de comercialización y distribución, refleje únicamente su propio valor»
Es necesario que la tarifa eléctrica, en sus facetas tanto de comercialización cómo de distribución, refleje únicamente su propio valor, sin convertirla en la vía para recaudar fondos dedicados a fines medioambientales, de solidaridad interterritorial o interpersonal, subvenciones sectoriales o cualquier otro concepto que no forme expresamente parte del valor del producto suministrado.
Por supuesto que no estamos discutiendo la necesidad de financiar estas actividades, que son críticas en nuestra sociedad, pero entendemos que se debe hacer, entre todos y explícitamente, por la vía de los impuestos. Con el modelo actual, el peso de esta financiación recae únicamente sobre los consumidores de electricidad, a los que, especialmente en el caso de los consumidores intensivos, se les provoca un fuerte daño, a veces irreparable, en su competitividad.
Además de lo anterior, existen otros muchos aspectos en los que trabajar para la reducción de los costes energéticos de las empresas, como puede ser, entre otros, la búsqueda de un uso equilibrado y más eficiente de las redes de distribución eléctrica, le mejora del funcionamiento de los mercados de servicios de ajuste, la mejora de las subastas de interrumpibilidad…
Conclusión
He dicho antes que en la historia del suministro eléctrico se pueden encontrar ejemplos de su uso como herramienta política. Yo creo que ahora es el momento de hacerlo una vez más: utilizarla cómo herramienta de política industrial.
La vía para hacerlo es aplicando medidas que puedan traducirse en una reducción del coste del suministro eléctrico a las empresas, tanto en su aspecto de comercialización como en el de distribución, buscando una mejora de la competitividad que les permita desarrollarse y crecer.
Con estas medidas ayudaremos a la industrialización del país, de modo que podamos alcanzar y superar el objetivo del 20% de PIB de origen industrial.
Esta industrialización de la economía podrá elevar, de modo sostenido y repartido, nuestro PIB per cápita, y así podremos avanzar en el camino para alcanzar y mantener ese modo de vida que deseamos.
José Echeandía Merru-Urrutia, director de Administración de Metro Bilbao